Tal como son los pensamientos de un hombre, así es su Devachán, y como no son iguales los pensamientos ni de dos personas, sus cielos deben, por consiguiente, ser diferentes. Sin embargo, como cada uno se encuentra allí a cada momento exactamente de acuerdo con su deseo, todos son extremadamente dichosos. si bien disfrutando de diferente grado de felicidad. Además, si los goces celestiales fueren tan sólo de un tipo particular, como lo sostienen las teorías ortodoxas, siempre habría algunos que pronto se cansarían debido a su falta de habilidad para participar de estos goces, ya fuere por. encontrar gusto en cierta, felicidad particular, o por ralla de la necesaria educación. Y así el cielo de un hombre no puede ser impuesto a todos los demás, de igual manera que un individuo de los arrabales no puede sentirse dichoso en el glorioso ambiente de un artista, pues lo que ocasiona felicidad a uno puede no ocasionarla en manera alguna a otro. El hecho es que cada uno crea su propio cielo por sus propias formas de pensamiento, por la selección que hace en los esplendores inefables del pensamiento de Dios Mismo. Por las causas que él mismo engendró durante su vida terrenal, decide, para si mismo, tanto la duración como el carácter de su vida celestial; por lo tanto tendrá exactamente la cantidad que ha merecido, y exactamente la calidad de goce que sea él más a propósito para sus idiosincrasias. He aquí el único arreglo imaginable que puede hacer feliz a cada uno hasta el máximo de su capacidad para serlo.
De todos quienes entran a aquel mundo, los niños son los más dichosos y los que por completo se sienten como en su casa. No pierden a sus padres, hermanos, hermanas, ni a los compañeros de juego a quienes amaron; sencillamente los tienen cerca de sí para jugar con ellos durante lo que nosotros llamamos noche, en lugar del día, de tal suerte que ellos no resienten ni pérdida ni separación. Durante «nuestro» día jamás se les deja solos, pues en aquél mundo, lo mismo que en éste, los niños se reúnen, juegan entre sí, se divierten en una especie de Campos Elíseos, llenos de raras atracciones y siempre están plenos de júbilo, y a menudo turbulentamente felices.
Como a los niños les agrada ser de utilidad, en aquellos mundos superiores se abre ante ellos un vasto campo de ayuda y bienestar en sus gestiones de misericordia y amor para los ignorantes.
No deberíamos temer por las pequeñas criaturas que aún fueren incapaces de jugar; pues muchas madres difuntas esperan allá para atraerlos amorosamente hacia su seno, para recibirlos y amarlos como si fuesen sus propios hijos. Generalmente tales criaturas descansan en el mundo espiritual por muy poco tiempo, como ya se dijo antes, y retoman de nuevo a la tierra para ser muy a menudo hijos del mismo padre y la misma madre.
Si un ser ama a otro con amor profundo y altruista, crea una fuerte forma de pensamiento o imagen mental de aquel amigo o pariente, y naturalmente lleva consigo aquella imagen al mundo celestial, ya que tal amor, en virtud de su carencia de egoísmo, pertenece a aquel nivel de materia. La fuerza de tal amor es suficientemente poderosa para actuar sobre el Ego del amigo en la parte superior de su cuerpo mental, porque es el Ego o el alma y no el cuerpo físico lo que el ser amó con amor puro. Ahora bien, el Ego del ser amado, sintiendo aquella vibración, responde súbitamente a ella, y se infunde a sí mismo en aquella forma de pensamiento creada por el residente del Devachán.
Por consiguiente, en el mundo celestial cada ser tendrá siempre alrededor de sí a todos los amigos y parientes que deseare y éstos se le presentarán siempre bajo su mejor aspecto, ya que entonces se hallan dos etapas más cerca de la realidad que cuando habitaron en las limitaciones del cuerpo físico.
Esta misma observación tiene valor cuando se trate de un hombre cuya inspiración hubiere sido la devoción hacia una deidad personal; la deidad estará siempre presente ante el muerto mucho más vividamente que en el plano físico.
Un muerto, en el cielo no espera mi observa a sus amigos y seres queridos que están sobre la tierra porque no podría ser dichoso en el cielo si mirase hacia la tierra y viese que los seres que ama están llenos de pesares o cometiendo algún pecado. Tratándose de esperar, no mejora mucho el caso, pues entonces él tendría un largo y cansado período de espera, que a veces se extendería durante años, pudiendo suceder que el amigo llegase tan cambiado que ya no le fuere agradable su compañía. Pero, de acuerdo con el arreglo natural, todas estas dificultades se evitan, y aquéllos a quienes el muerto amó se encuentran siempre con él y siempre bajo su aspecto más noble y mejor, ya que no podría acaecer ningún cambio o discordia entre ellos puesto que él recibe de dios, en todo tiempo, exactamente lo que espera.
Durante su estancia en el Devachán entre dos encarnaciones, sus oportunidades de desarrollo serán:
2. A causa de las cualidades que desarrolló en sí, tal ser abrió las correspondientes «ventanas” en el mundo celestial y por el ejercicio continuado de estas cualidades durante largo tiempo, las reforzará en gran manera y volverá a la tierra ricamente equipado a este respecto. Como los pensamientos se intensifican por el uso reiterado un hombre que hubiere empleado cientos de años en verter afecto desinteresado, ciertamente sabrá cómo amar más fuertemente y mejor. La vida en el Devachán es de asimilación y las formas-pensamiento de las aspiraciones o de experiencias mentales y morales, acumuladas en la tierra, son entretejidas en el carácter del alma como facultades mentales y morales, y llegan a ser los poderes y las cualidades, las capacidades y tendencias, para su próxima vida sobre la tierra.
2. Debido a sus aspiraciones se pondrá en contacto con alguna de las grandes jerarquías de espíritus y aprenderá mucho de ellos. Por ejemplo, de los Gandharvas, una grande Orden Angélica que se dedica especialmente a la música, podrá aprender maravillosas y nuevas combinaciones de tonos musicales.
3. Obtendrá información adicional y mayor instrucción mediante las imágenes mentales hechas por otros, si éstos estuviesen lo suficientemente desarrollados para ser capaces de instruirlo. Alguien que estuviese ante una fuerte imagen del Maestro, obtendrá así enseñanza y ayuda precisas a través de aquélla.
Hay siete subdivisiones en el mundo mental lo mismo que en el astral. Las tres superiores, los niveles Arupa-Loka o «Sin Forma», son la residencia del Ego en el cuerpo causal, en tanto que los cuatro niveles inferiores, los Rupa-Loka, forman el cielo en donde los seres pasan su vida celestial en el cuerpo mental. Como en el cuerpo mental nada hay que corresponda a la redistribución de la materia astral, un ser no pasa a través de las sucesivas etapas o regiones del mundo celestial una tras otra, como sucede en el mundo astral, sino que es atraído hacia el nivel que corresponda más íntimamente al grado de su desarrollo, y transcurre allí toda su vida en el cuerpo mental.
La característica dominante de la subdivisión inferior o sea la séptima, es el afecto inegoísta por la familia, pues todo tinte de egoísmo requiere ser agotado en el plano astral. La sexta tiene la característica de la devoción religiosa antropomórfica, en tanto que la quinta tiene la característica de la devoción que se expresa a si misma en trabajo de cualquier clase. Todas estas tres subdivisiones se refieren a la acción propia de una devoción a personalidades, ya sea familia, amigos, o deidad personal.
La cuarta sección tiene como su nota dominante la más extensa «devoción hacia la humanidad, que incluye aquellas actividades conectadas con propósitos inegoístas, de conocimiento espiritual, alta filosofía o pensamiento científico, habilidad artística o literaria desprovista de egoísmo, y en general el servicio por amor al servicio.
Al final de la vida celeste que dura diferentes períodos, llega al cuerpo mental su turno de ser desechado, como les sucedió a los otros, y comienza entonces la vida del hombre en el cuerpo causal.
Cuando se halla en su cuerpo causal terminada ya su vida celestial, todas las facultades mentales que se expresan en los ni-veles inferiores, son atraídas hacia el cuerpo causal con todos los gérmenes de vida pasional que se infundieron en el cuerpo mental, procedentes del astral, al tiempo de abandonar el cascarón astral; y, terminada una ronda de su peregrinación, el Pensador reside por algún tiempo en su propia patria nativa; el alma aquí no necesita «ventanas», pues todas las paredes se han desvanecido; pero como la mayoría de los hombres tienen tan sólo una oscura conciencia de sus alrededores en estas alturas, descansan allí por un poco de tiempo, apenas conscientes, pero asimilando sin embargo los pequeños resultados de la reciente vida terrestre.
Con todo, si el hombre está ya desarrollado, su vida en el nivel «Arupa» es mucho más larga, rica e intensa, ya que su cuerpo causal crece y se organiza mejor; y él retoma a la vida terrestre con un cono-cimiento mayor y con un poder más efectivo para ayudarse a sí y ayudar a los demás. En el subplano más elevado viven los Maestros y Adeptos y Sus discípulos más adelantados; en el inmediato inferior, las almas cuya superior evolución es testimoniada por su cultura interna y su refinamiento natural cuando viven en cuerpos terrestres; y en el tercer subplano la vasta mayoría de los 60,000 millones de almas de que antes se habló que forman la masa de nuestra aún retrasada humanidad.
La duración de la estancia de un ser en el mundo mental superior, depende de su etapa evolutiva, lo mismo que de su profundo pensar y noble vivir durante la vida terrenal. Sin embargo, para todo hombre, por menos que haya progresado, adviene un momento de clara visión antes de su retorno a la tierra, y entonces ve él su vida pasada con las causas que tendrán que ser elaboradas en el futuro, y, mirando hacia lo porvenir, ve también su próxima encarnación que lo espera con sus posibilidades y oportunidades. Entonces las nubes de la materia se cierran sobre él y oscurecen su visión, y principia un nuevo ciclo de otra encarnación con el despertar de los poderes de la mente inferior a través de Tanha, la sed ciega por la vida manifestada.