Capítulo 7.3 – El paso al plano astral

Cuando se abandona el cuerpo físico a la hora de morir, comienza a desarreglarse todo el orden de las envolturas de la personalidad, y el cuerpo astral principia a desintegrarse, de esto se da cuenta instintivamente el elemental deseo, la vaga conciencia corporal del cuerpo astral y se atemoriza en el acto. Teme perder aquella habitación que lo capacita a mantenerse separado del resto, dándole así una oportunidad inusitada para el progreso, y teme que la desaparición final del cuerpo astral ponga término a su propia vida (elemental) como entidad separada; por lo cual inmediatamente se pone en obra para protegerse por medio de un método muy ingenioso. La materia del cuerpo astral es mucho más fluídica que la del físico, y el elemental, aferrándose a sus partículas, las ajusta otra vez de tal suerte que este nuevo arreglo del cuerpo astral pueda resistir a toda usurpación, fricción o desintegración, tanto cuanto lo permita su constitución, reteniendo, por consiguiente, su forma lo más que le es posible. Durante la vida terrenal, las distintas clases de materia astral se entremezclan para la formación del cuerpo de deseos o cuerpo astral, pero el reajuste consiste en la separación de sus materiales, de acuerdo con su densidad, en una serie de siete cascarones concéntricos, el más fino en el centro y el más denso en la periferia, constituido cada cascarón por la materia de cada subplano.

El cuerpo físico adquiere información del exterior por medio de ciertos órganos que se han especializado como instrumentos de sus sentidos. Pero el cuerpo astral no tiene órganos separados y lo que en el cuerpo astral corresponde a la vista es el poder que tienen sus moléculas para responder a impactos del exterior que les llegan de moléculas similares, de tal manera que un hombre podrá percibir un objeto astral, de materia de una subdivisión particular, solamente que existan en la superficie de su cuerpo astral, partículas que pertenezcan a tal subdivisión. Durante la vida física se mezclan en su cuerpo todas las siete clases de materia astral y están en movimiento continuo como las partículas de agua hirviente. En cualquier momento dado se hallan representadas, en la superficie de su cuerpo astral, partículas de todas las variedades, y por consiguiente cuando él se halla funcionando en aquel cuerpo, durante el sueño, puede ver cualquier objeto astral de la materia de cualquier subdivisión; pero debido al reajuste de la materia de su cuerpo astral en estratos concéntricos, que ignorantemente, permitió él a su elemental astral fabricar después de la muerte, se halla confinado a un subplano en un solo tiempo, es decir, su conciencia recibe impresiones tan sólo mediante un tipo de materia, y así obtiene una vista extremadamente parcial del mundo en el cual se encuentra.
Teniendo en la superficie de su cuerpo astral solamente las partículas más ínfimas y groseras, únicamente puede percibir impresiones de las correspondientes partículas externas. Pero, siendo las vibraciones de tal materia densa, expresiones tan sólo de sentimientos y emociones indeseables, y de la menos refinada clase de entidades astrales, él solamente puede darse cuenta de aquella inferior variedad de materia astral que corresponde a la sólida aquí abajo, y ver solamente los habitantes indeseables del mundo astral, y sentir solamente sus más desagradables y vulgares influencias. Los demás hombres que le rodean y que son de un carácter común y corriente, le parecerán monstruos de vicio, ya que tan sólo puede ver y sentir únicamente, lo más bajo y vil de ellos. Aún sus amigos, los que murieron pocos años antes y han transferido ya su conciencia a los niveles superiores le parecen peores de lo que él esperaba, porque ahora es incapaz de apreciar cualquiera de sus buenas cualidades. Bajo tales circunstancias, no es de extrañar que él considere al mundo astral como un infierno; sin embargo, de ninguna manera es de atribuir la culpa al mundo astral sino a él mismo, —primeramente por haber consentido dentro de sí tanta cantidad de aquel más rudo tipo de materia astral; y segundo, por permitir que lo domine aquélla vaga conciencia astral y que reajuste su materia astral a su manera particular.
Con el transcurso del tiempo, pasará a los subplanos superiores, uno tras otro, a medida que se desgaste cada una de las cubiertas concéntricas; pero la vida astral del hombre se prolonga así indebidamente, retardando el progreso del alma.
Durante su vida pudo él rehusar, la satisfacción a sus bajos deseos, reemplazar todas las partículas burdas por otras más finas y elevadas, cambiando así la materia astral dentro de sí, construyéndose un elemental astral de tipo superior.
Además, como el hombre ordinario no tiene conocimiento de estas cosas, acepta pasivamente el reajuste después de la muerte, especialmente a causa de que el elemental deseo le trasmite su propio temor de un indescriptible peligro de destrucción; pero el hombre debería sencillamente resistir aquella irrazonable sensación de temor por medio de una serena aserción de conocimiento, y, oponiéndose al reajuste que lo retendría en un solo subplano, debería insistir en mantener abiertas también sus comunicaciones con los niveles astrales superiores. Y así podrá escapar de la esclavitud del elemental deseo quebrantando lenta pero firmemente su resistencia; y encontrándose entonces prácticamente en igual posición a aquella en la que estaba acostumbrado a funcionar durante su vida terrestre, podrá capacitarse para actuar libremente y para retener su poder de mirar todo lo del mundo astral como lo hacía antes, y no solamente la parte más baja y repugnante del mismo. Y entonces podrá también ayudar a sus amigos enseñándoles la manera de liberarse a sí mismos. El hábito de volver los pensamientos hacia lo interno en la meditación, y la práctica de dirigir las emociones por la voluntad y el intelecto, previenen asimismo este «enconchamiento» que no es frecuente entre los seres que han sabido controlarse.
Al encontrarse un hombre libre ya de su doble etéreo, no es seguro que llegue desde luego a ser consciente del mundo astral, especialmente si murió súbitamente. Porque el retiene consigo una buena cantidad de la clase inferior de materia astral, y de día puede fabricarse un cascarón a su derredor. Con todo si oportunamente hubiere aprendido a mantener a raya los deseos sensuales de varias clases, su conciencia ya no estará acostumbrada a funcionar mediante tal materia. En el cuerpo astral reajustado, tal materia se congregará al exterior y por consiguiente será el único canal abierto a las impresiones externas. No estando acostumbrado a recibir éste género de vibraciones, el hombre no puede desarrollar ahora, de pronto, el poder de funcionar conscientemente mediante y permanecerá, por tanto, inconsciente de todo lo desagradable de aquel ínfimo subplano, hasta que aquella burda materia se desgaste gradualmente y salga a la superficie alguna «porción de materia de la que» estuviera «él acostumbrado a usar. Tal oclusión, sin embargo, es raras veces completa, pues aun en el cascarón más bien hecho, algunas partículas de la materia más fina encuentran el modo de surgir a la superficie y trasmiten al ser fugaces destellos de su ambiente circundante.
Normalmente, un muerto es inconsciente hasta que le desembaraza del doble etéreo y así, cuando despierta a una nueva vida, tal vida es la del mundo astral.