Capítulo 8.3 – El poder del pensamiento

Estamos, pues, poblando nuestra atmósfera, bien sea con ángeles de belleza y de virtud, o bien con repugnantes demonios de fealdad y de vicio; purificando o ensuciando las mentes de nuestra generación, y si alguna vez pudiésemos verlos, su visión nos haría re-capacitar y ser siempre cuidadosos para desechar todo pensamiento malo o impuro. Y así, ya no podemos afirmar que por lo menos nuestros pensamientos son cosa nuestra, o que, si ciertamente debemos ser cuidadosos respecto a nuestras, palabras y acciones, nada importa lo que sean nuestros pensamientos. De hecho, nuestros pensamientos son menos nuestros que nuestras palabras o acciones, ya que los primeros viajan a mucha mayor distancia de nosotros que los dos segundos, y su influencia, ejercitándose directamente sobre las mentes de los demás, es más poderosa y de mucho mayor extensión.

Tal es el poder de acción de los pensamientos sobre nosotros mismos y sobre los demás. No tan sólo nos afectamos grandemente al formar nuestros hábitos y carácter en los cuerpos astral y mental, y al edificar cualidades permanentes en el cuerpo causal, sino que también influenciamos a los demás, ya sea para bien o para mal. al irradiar vibraciones y formas de pensamientos de varias clases. emociones, y para evitar los pensamientos malos, ociosos, o inútiles que dañan la mente?

En vez de permitir que cualquier impulso o sacudida emocional nos arrolle, debemos aprender a mantenerlos bajo control por medio de la mente. Con las riendas de la mente en sus manos, el conductor, o sea el hombre real, debe ser capaz de refrenar y dirigir los caballos del deseo que tiran del carro del cuerpo físico.

El primer paso para controlar la mente, es mantenerla útilmente ocupada. No se le permitirá estar ociosa, ya que así cualquier pasajera forma de pensamiento puede infiltrarse en día, además de que permaneciendo en ociosidad es más probable admitir malas impresiones que buenas. El mejor modo es mantener en el fondo de nuestra mente un pensamiento elevado o alguna inspiración para un noble vivir. La mente puede ocuparse solamente con una cosa en un tiempo determinado; el buen pensamiento elegido debería ser el opuesto del mal pensamiento que continuamente se infiltrarse; deberíamos seleccionar unas pocas palabras o una frase que den cuerpo al buen pensamiento, para que cuando el mal pensamiento aparezca en la mente, ésta, instantáneamente, comience a recitar el pasaje seleccionado, ya sea repitiéndolo muchas veces, o bien repitiéndolo una y meditando sobre él. De tiempo en tiempo, durante el día, cuando la mente esté ociosa, deberíamos repetir dicho pasaje. De este modo, el mal pensamiento cesara gradualmente de molestar, ya que la atmósfera mental creada no es propicia para su recepción. Unas cuantas palabras extractadas de alguna Escritura sagrada y grabadas en la mente por las mañanas, acudirán a ella una y otra vez durante el día, hasta que la mente las repita automáticamente cada vez que no esté ocupada.

El segundo paso para entrenar la mente es el de llevar a cabo, lo más perfectamente posible, todo lo que tengamos que hacer. Esto implica la adquisición del poder de concentración. Una persona de temperamento devocional, debería crear una imagen del objeto de su devoción y concentrar su mente en ella; y, estando su corazón apegado a tal objeto, la mente se ocuparía de él con mucha facilidad. Un ser no devocional debería tomar como tema de concentración alguna idea profunda de interés intelectual. Un ser no atraído por personalidad alguna, podrá elegir una virtud y concentrarse en día. Esto halagaría su corazón, por su belleza intelectual y moral/y como su mente se conformaría a ella, tal virtud llegaría á ser parte de su carácter. Tarea difícil es ésta, ya que cualquiera que trate de mantener su mente absolutamente fija en cualquier asunto por unos cuantos minutos, se fatigaría prontamente. Pero deberíamos todos tratar de adquirir este poder de concentración, enfocando nuestra atención en cada cosa que hagamos durante el día y tratando de hacerla lo mejor que nos sea posible. Y así, por ejemplo, al escribir una carta deberíamos escribirla bien y con suma atención/sin des-cuidar detalle alguno; al leer un libro deberíamos leerlo con toda atención tratando de desentrañar el significado que le dio el autor. Igualmente, la persona que deseare entrenar su mente debería mantenerse en actitud vigilante, dándose cuenta de los pensamientos que penetren a su mente y ejercitando una constante selección. La practica de rehusar albergue a los malos pensamientos, su pronta expulsión cuando hayan entrado, y el reemplazar un mal pensamiento por uno de buena índole, afinarán de tal manera la mente que automáticamente actuará repeliendo el mal y atrayendo el bien.

La construcción del carácter

Este es el tercer método de concentración, recomendado para una persona no devocional, y se ha descrito ya en el capítulo, sobre karma, como uno de los «hilos de la cuerda del destino.» Lo describiremos brevemente: Examinando su carácter, podrá una persona fijarse en algún notable defecto suyo, por ejemplo, la irascibilidad. En este caso jamás debería olvidar que, puesto que el pensamiento es constructor, el fijar su pensamiento en la irritabilidad haría a ésta más permanente en vez de ahuyentarla; por tanto, debería siempre tomar, como asunto de su pensamiento, lo opuesto de cualquier debilidad suya. Otro ejemplo: para quitarse la falta de veracidad, debería meditar en la virtud exacta-mente opuesta, a saber, la verdad. Y así, ponderando acerca de la virtud de la paciencia, que es la opuesta exactamente a la debilidad de la ira, debería diariamente por la mañana, antes de salir de su habitación, sentarse en recogimiento en algún lugar quieto, por cinco minutos, y pensar y meditar en la paciencia, en su Valer, en su belleza, en practicarla al ser provocado, etc., y escribir, por decirlo así, un ensayo mental sobre la paciencia, fijando la mente cuando empiece a divagar y retro-trayéndola de nuevo una y otra vez, de las desviaciones marginales por las que pudiere irse. Debería pensar de sí mismo como si fuese un modelo de paciencia, haciendo el voto de sentir y practicar esta virtud durante todo el día en la vida practica. Durante los primeros pocos días, es posible que no se efectúe ningún cambio perceptible, y aunque pueda él a veces dar cabida a la ira deberá perseverar en la meditación todas las mañanas. Observará después que, al proferir alguna expresión colérica, como un relámpago brillará en su mente el pensamiento de que debió haber sido paciente. Con un poco de más tiempo, el pensamiento de paciencia surgirá a la par que el impulso irascible, cuya manifestación externa será reprimida. Con algo más de práctica, el impulsa irascible se irá debilitando, y por fin, al desaparecer la irascibilidad, la paciencia llegará a ser la actitud normal. De esta manera podrá adquirirse una virtud tras otra y crearse un carácter ideal mediante el poder del pensamiento, hasta que las pasiones, apetitos y naturaleza inferior, sean dominadas y puestas por completo bajo control.

Por supuesto, gran número de personas en el mundo tienen la costumbre de considerar el carácter del cual se hallan dotados, como algo inalienable que les ha sido deparado, como sería la cojera, por ejemplo. Si un hombre tiene mal genio o débil voluntad o bien si se siente lleno de deseos de cosas groseras, dirá «Así me hicieron, así es mi carácter natural» No se da cuenta de que el mismo se hizo así en sus vidas anteriores y de que, por consiguiente, si logra dominar cualquiera de sus debilidades, podrá modificarse mediante sus esfuerzos actuales. Pero él ignora que puede cambiar un carácter que es indeseable, y, además, no comprende por qué debería hacerlo. No es cosa fácil para un hombre cambiar su carácter, que es la verdadera base fundamental suya. Tal vez no hay, un incentivo suficiente o una razón adecuada respecto al por qué, un hombre ordinario, debería tomarse todas esas molestias. Pero si él comprende el plan de Dios; si aprende a amar a Dios puesto que Dios es Amor, y trata de cooperar con El, entonces tendrá el más poderoso de todos los motivos posibles para ponerse en aptitud de cooperar en la grande obra de la evolución. Asimismo, conociendo la reencarnación, sabe él que su Vida actual no es la única vida/sino que tendrá todas las vidas que necesitare; que el punto hasta el cual llegue en una vida es el punto del cual continuará su tarea de mejorar su carácter en la próxima encarnación; que por mayor que fuere el intervalo que transcurra entre el fin de una vida y el principio de la próxima, de ningún modo alterará la unidad del proceso de la vida, y que, por consiguiente, puede modificarse a sí mismo, produciendo los cambios más fundamentales en su carácter y en su disposición. Y así, únicamente el conocimiento superior que da la Teosofía es lo que suministra un incentivo realmente eficaz para cualquier cambio serio de carácter.

Como evitar el desperdicio de nuestra energía

Cada persona tiene cierta cantidad de energía y es responsable de su uso en la mejor manera posible, pero un hombre ordinario prodiga locamente su fuerza. Es él, simplemente, un centro de vibración agitada; constantemente se halla en condición de ansiedad, o profundamente deprimido, o indebidamente excitado por cualquier bagatela, comunicando así sus vibraciones de inquietud, si bien inconscientemente, a todos aquellos que tuvieren la mala fortuna de encontrarse cerca de él.

Otro modo muy común de malgastar energías es por la argumentación innecesaria sobre asuntos políticos o religiosos, o acerca de los incidentes de la vida ordinaria. Un hombre prudente jamás trata de imponer su opinión sobre las demás, y, sabiendo que no debe importarle lo que otro crea, sencillamente rehúsa gastar su tiempo y energías en varías disputas, si bien se halla dispuesto a dar información cuando se le consulta.

La gente envejece más por las preocupaciones que por el trabajo. Tormento inútil es el de estar repitiendo la misma cadena de pensamientos una y otra vez con muy poca alteración y sin llegar a ningún resultado. De esta manera muchas personas malgastan su energía prediciendo males para sí mismas y para sus seres queridos, o temiendo la muerte o la ruina financiera. Pero no deberían pretender cruzar el puente antes de llegar a él; habrían de conocer también que el mundo se halla gobernado por una justicia absoluta; que nadie puede dañarlos salvo como instrumentos de la Ley, y que nada podrá sucederles que no se lo hayan merecido por su Karma pasado. Deberían aprender, por consiguiente, a entrenar su mente para que confíe en la Buena Ley y a establecer en ellos la costumbre de estar contentos.

Igualmente, un hombre prudente rehúsa sentirse ofendido por las afirmaciones o acciones de otro, ni permite que se altere su serenidad a causa de ellas, ya que conoce que una observación, irritante, aún intencionalmente malévola, de ninguna manera podrá dañarlo excepto en la medida en que él, tontamente, permita sean heridos sus sentimientos, perdiendo así el control sobre sus vehículos.