Los Maestros se han dedicado definitivamente al servicio de la humanidad. Su fuerza, no obstante ser muy grande, es aun limitada y, por lo mismo, son Ellos muy cuidadosos para usarla con el mejor provecho posible. Un Maestro podrá tomar como discípulo a un hombre tan sólo cuando vea que la cantidad de fuerza empleada en su entrenamiento producirá al fin mayor resultado que cualquiera otro método de emplear la misma suma de fuerza. Ninguna persona, por más benevolente, bondadosa y ferviente que sea en su deseo de ayudar a otros, podrá ser aceptada como discípulo si aún se encuentra llena de imperfecciones menores, o adolece de algunas debilidades que pueden constituir un serio obstáculo en su senda. Si un individuo ha de recibir ayuda especial, precisa que demuestre receptividad especial, pues un Maestro no tiene favoritos. Tiene El sus afectos privados, como todos los tenemos, y sin duda alguna El ama a algunos seres más que a otros; pero El jamás permitirá que semejantes sentimientos influencien Su actitud en el menor grado cuando se trata de la obra. Se tomará muchas molestias con algún hombre si mira en él las semillas de futura grandeza, si creyere que vale la pena gastar en él cierta cantidad de tiempo y de fuerza. No hay posibilidad del menor pensamiento de favoritismo en Su mente. El considera única y sencillamente la labor que ha de llevarse a cabo, la obra de la evolución y el valer del hombre en relación con ella.
Solamente el servicio desinteresado o una empresa inegoísta sin pensamiento del «yo», un carácter amable, altruista, presto a la ayuda, son cosas que llaman la atención del Maestro y El se vuelve hacia el posible discípulo, poniendo oportunidades en su senda para probar su fuerza y para que eduzca él su intuición. Llegar a ser discípulo de un Maestro significa, por tanto, que el aspirante también debe poseer la misma perspectiva hacia la vida que el Maestro; que debe olvidarse de sí absolutamente y no tener deseo personal alguno; que deba hallarse dispuesto a sacrificar toda cosa ya sí mismo en primer lugar; que deba ordenar toda su vida de acuerdo con la labor que tiene que efectuar; y que deba abandonarlo todo y seguirlo. Según el Cristo: «Aquel que pierda su vida, la encontrará.» en tanto que el Señor Buddha dice: «Mata la sed de vida si deseas el Sendero».
El discípulo es utilizado por el Maestro en mil diferentes maneras. Algunos tienen que hacer el trabajo astral de ayudar a los vivientes ya los recién muertos; otros han de ayudar al Maestro personalmente en la labor que deba efectuarse; otros son enviados astralmente a sustentar conferencias ante auditorios de almas menos adelantadas, o a enseñar a otros que se hallaren libres en el mundo astral bien fuere temporalmente, por estar sus cuerpos dormidos, o permanentemente, por haber muerto sus cuerpos. Los recién fallecidos han de ser tranquilizados y confortados, libertándolos, cuando fuere posible, del temor terrible pero irrazonable que a menudo suele sobrecogerles y que retarda su progreso hacia. las esferas superiores además de ocasionarles sufrimiento innecesario; se les habrá de explicar, hasta donde sea posible, la condición en que se encuentran y el curso de acción que para ellos es más conveniente seguir. También se les habrá de capacitar, hasta donde lo permita su propia capacidad, a comprender el futuro que se abre ante ellos. Todo protector astral tiene a su cargo un regular número de «casos». La mayor parte del entrenamiento que se da a un discípulo acerca del trabajo astral le es suministrado por alguno de los más antiguos discípulos, si bien a veces el Maestro Mismo le da algunas instrucciones especiales.
Los discípulos son también empleados por los Poderes del Bien como Agentes para responder a las oraciones, y como canales para que se vierta Su energía. Además se les entrena para trabajar por sugestión, esto es, simplemente para instilar buenos pensamientos en las mentes de quienes se hallan prestos a recibirlos; y para sugerir pensamientos hermosos y bellos a los autores, poetas, artistas y músicos.
Sin estas influencias. la Humanidad sería de veras pobre, aunque por la mayor parte sabe muy poco acerca de la fuente de su verdadera riqueza. Los Adeptos Mismos no pueden apartarse de Su exaltada labor para ocuparse de estas tareas inferiores y más fáciles, porque, si lo hicieren, sufriría toda la maquinaria de la evolución.
Y así, los discípulos llevan a cabo una gran variedad de trabajo en cada ramo de la civilización y de la cultura humana, siendo todos parte de la labor de los Adeptos para el mundo; y, siendo también aprendices, como ya se dijo, en su inferior nivel sirven como canales de influencia y como transmisores de la fuerza de los Maestros al mundo en general.
La Disciplina de Vida es una rígida disciplina que uno mismo se impone para lograr la purificación, – purificación de todos los vehículos temporales, del cuerpo físico y de la naturaleza inferior, de las emociones y de la mente. Deben desecharse las bebidas alcohólicas de toda clase porque la práctica que conduce a la búsqueda del Maestro requiere la meditación, concentrada y definida, tendiente a estimular y desarrollar ciertos órganos físicos en el cerebro; y los vapores alcohólicos así como las drogas narcóticas producen efectos venenosos sobre estos órganos.
Además habrá que renunciar a alimentos de carne de todas las clases pues ellos hacen al cuerpo muy tosco según se explicó en el Capítulo I. Haciendo a un lado las consideraciones de crueldad y de compasión, un estudiante de Yoga requiere un cuerpo fuerte y resistente, y a la vez sensitivo y responsivo a las vibraciones de los mundos sutiles de materia y de vida.
Después deberá el aspirante purificar el cuerpo astral y adquirir el dominio de sí, entrenando su naturaleza inferior hasta que llegue a estar absolutamente sujeta a la voluntad. Deberá eliminar de su naturaleza todo toque del yo personal y purgarla de todo aquello que la incita a separarse de quienes se encuentran abajo o bien de Aquellos
que se encuentran arriba, para destruir así todo muro de separatividad.
Pero al estar sacudiendo de sí todo lo que sea personal, deberá retener la esencia de todas las numerosas cualidades que ha adquirido como resultado de su incesante ascender por la Escala de la Vida.
Para la mejor comprensión de la purificación de la naturaleza inferior pueden ser de utilidad algunas ilustraciones. Consideremos primero la potente fuerza que se desarrolla en las etapas inferiores del crecimiento de cada ser humano y la cual ahora requiere ser purificada, – la fuerza de la cólera o la ira. La vemos en el hombre no desarrollado bajo la forma brutal de pasión, arrollando todo lo que se opone a la satisfacción de su voluntad. A fin de reducir al orden aquella pasión de la cólera, el hombre se libera primeramente del elemento personal por el perdón de las injurias como uno de sus deberes, devolviendo amor por odio, sobrepasando el mal por el bien. Queda luego una cólera impersonal; ve un pobre hombre oprimido o un animal maltratado y se siente indignado contra el opresor. Esa cólera impersonal, noble indignación, más noble que la estólida indiferencia, tiene que ser transmutada en la cualidad de hacer justicia tanto al débil cuanto al fuerte, sintiendo compasión por el malhechor lo mismo que por el dañado, puesto que aquel se perjudica a sí mismo más que el maltratado, porque almacena mal karma para el futuro, y por tanto requiere ayuda e instrucción. El hombre detiene la mala acción, porque es su deber hacerlo así, pero, reconociendo lo Divino aún en el corazón del malhechor, se muestra gentil con él; y así, transmutando la cólera, mediante una alquimia espiritual, en perfecta justicia, detiene el mal y auxilia tanto al tirano cuanto al esclavo, al opresor lo mismo que al oprimido.
De igual manera, el amor sensual que se manifestó primeramente en las formas, obsceno y vil, llega a ser más noble y menos egoísta, moralizado, refinado y purificado, para transmutarse, mediante la alquimia espiritual, en amor que al ir hacia otros trate de servirles en vez de servirse de ellos; trate de ver cuanto puede dar y no cuanto puede tomar; y así gradualmente deviene divino en su esencia.
Igualmente, la codicia, el interés egoísta y otras pasiones de la naturaleza inferior, pueden ser incineradas y purificadas por completo en la Disciplina de Vida. De ese modo se realiza el Yoga por el dominio de la mente, de las emociones y acciones, por un deliberado entrenamiento de la naturaleza inferior, por la persistente selección de materiales puros para la alimentación y por el cuidado y moderación en todas las actividades físicas.
Cuando decimos que un hombre se controla a sí mismo, lo que ordinariamente significamos es que su naturaleza intelectual o superior, con su mente y su voluntad, su poder de razonar y de juzgar, es más poderosa que su naturaleza inferior con sus pasiones y emociones. Aquel auto-control en el sentido ordinario de la palabra es verdaderamente una cualidad admirable, pero un candidato al discipulado necesita mucho más que eso, más que el control de la naturaleza inferior por la superior. Ya hemos estudiado el poder creador y la influencia del pensamiento, y hemos aprendido que para el entrenamiento sistemático de la mente se requiere un deliberado control del pensamiento, – pensar conscientemente y con un propósito tras el pensar, – rehusando dar entrada a fragmentos moldeados por los pensamientos de otros y concentrando el pensamiento en una idea por la práctica constante en la vida diaria.
Este control del pensamiento es condición necesaria para el discipulado, pues cuando un hombre llega a ser discípulo, sus pensamientos ganan poder adicional, vitalidad y energía acrecentadas. Por un pensamiento un hombre puede «matar» a otro, o sanar una enfermedad; por un pensamiento él puede influenciar a una turba o crear una ilusión visible; por tanto, antes de que estos tremendos poderes estén a su servicio, ha de aprender a controlar sus pensamientos, expurgarlos de todo mal y no dar cabida en ellos a nada que no fuere puro, benéfico y útil.
Otra importante calificación es la meditación, el entrenamiento deliberado y formal de la mente en la concentración y la fijeza de pensamiento. Es necesaria la práctica diaria de la meditación tanto devocional cuanto intelectual. El candidato, a la hora de su meditación matinal deberá aprender a concentrar su mente en el Ideal Divino, en el Maestro al cual espera encontrar al fin; y por lo que hace a la meditación intelectual, que se refiere a la construcción gradual y consciente del carácter, debería elegir como tema de su meditación alguna buena cualidad e incorporarla a su vida diaria por el proceso conjunto de la meditación y la práctica. Deberá meditar en la pureza, la verdad, la compasión, la intrepidez, el perdón, la castidad, etc., etc. tomando una virtud tras otra para tratar de modificar y ennoblecer su carácter poniéndolas en práctica mediante el lenguaje y las acciones en su vida diaria.
Todo aquel que medita en el Maestro establece una conexión definida con El, visible a la visión clarividente como una especie de línea de luz. El Maestro, siempre subconscientemente, siente el impacto de tal línea y envía en respuesta una firme corriente de magnetismo que continúa actuando largo tiempo después que la meditación termina.
Por eso es de suma ayuda para el aspirante la práctica regular de tal meditación y concentración; y uno de los más importantes factores para producir el resultado es la regularidad, debiendo hacerse diariamente ya la misma hora, perseverando en ella firmemente aunque no se vea que produce resultado inmediato. Cuando ningún resultado aparece, hay que cuidar especialmente de evitar la depresión porque ésta dificulta más la acción de la influencia del Maestro y porque demuestra que el aspirante está pensando más en sí mismo que en el Maestro.
En suma, las tres principales cualidades para el Sendero Probatorio o para ser un discípulo a prueba, son el control del pensamiento, la meditación diaria y el noble carácter; pero hay una cualidad que debe hallarse tras de todas, y es la férvida sinceridad, la formalidad de quien ha reconocido su objeto y va derechamente a él.