La vida astral es el resultado de todos aquellos sentimientos que tienen en sí el elemento del «Yo». Si hubieren sido marcadamente egoístas, aportarán a su dueño condiciones de gran contrariedad en el mundo astral; si hubieren sido buenos y benévolos, aunque teñidos por pensamientos del «yo», le aportarán una vida astral relativamente agradable, pero aún limitada. En cambio, aquéllos pensamientos y sentimientos que hayan sido enteramente altruistas, producen su resultado en la vida del mundo mental; por consiguiente, tal vida en el mundo mental no puede producir más que bienaventuranza.
Las condiciones de la vida postmortem son casi infinitas en su variedad. Todo ser ordinario que haya permitido d reajuste de su cuerpo astral después de la muerte, habrá de atravesar por las siete subdivisiones en turno, aunque no cada uno es consciente en todas ellas. Una persona ordinariamente buena; no tendrá en su cuerpo suficiente materia del subplano ínfimo para formarse una gruesa envoltura; generalmente tiene materia, ¿el sexto subplano mezclada con una poca del séptimo; y así, después de la muerte, por regla general solamente le interesa la contraparte del mundo físico.
Pero un ebrio, o un sensual que durante, la vida física hubieren sido presa del vino o de la lujuria al grado de supeditar a su vicio toda razón y sentimientos de decencia o afectos de familia, se encontraran, después de la muerte, en las más bajas subdivisiones del mundo astral pues sus anhelos fueron tales que exigían un cuerpo físico para su satisfacción. Esas ansias se manifiestan como vibración en el cuerpo astral, y mientras el hombre vivió en el mundo físico, la mayor parte de su fuerza se empleó en poner en movimiento las pesadas partículas físicas. Pero hallándose en el mundo astral sin cuerpo físico para amortiguar y demorar la fuerza de las vibraciones del deseo, siente los apetitos tal vez centuplicados en su poder y sin embargo se mira completamente incapaz de satisfacerlos por falta del organismo físico; y así su vida es entonces un Verdadero infierno, el único infierno que existe. Empero, él se halla cosechando el resultado perfectamente natural de su propia acción y ningún poder externo lo está castigando.
Tomemos ahora el caso de un hombre ordinario, incoloro, que no posea vicios particulares pero que se encuentra apegado, aún, a las cosas del mundo físico; cuyas ideas no hayan pasado más allá de la murmuración o no haya pensado en otras cosas que sus negocios o sus trajes, y cuya vida hubiere transcurrido en hacer dinero o en pasatiempos sociales. El mundo astral lo llenará de fastidios pues le es imposible encontrar allí las cosas que ansia, ya que no existen en aquel mundo ni los negocios ni los compromisos ni los convencionalismos en los que se basa la sociedad del mundo físico.
Con todo, excepto para una pequeña minoría, la situación después de la muerte es para todos más feliz que sobre la tierra, puesto que desde luego ya no hay necesidad de ganarse él sustento diario. El cuerpo astral no siente hambre, ni frío, ni sufre enfermedades; cada ser, en el mundo astral, por el sólo ejercicio de su pensamiento, podrá vestirse como guste. Por vez primera, desde su temprana niñez, el hombre se siente allí enteramente libre para emplear su tiempo en hacer exactamente lo que le plazca.
Las personas que tuvieren los mismos gustos y propósitos se agruparan, naturalmente, tal como lo hacen en él mundo físico; y nunca faltará ocupación provechosa para un hombre que abrigue intereses razonables, con tal de que éstos no requieran un cuerpo físico para su expresión, Un enamorado de las bellezas de la naturaleza podrá viajar rápidamente, a cientos de kilómetros por segundo, sin fatiga, hasta los más deliciosos parajes del mundo; otro cuyo goce sea el Arte, tendrá a su disposición las obras maestras del mundo entero, en tanto que el estudiante de ciencias encontrará abiertos todos los laboratorios del mundo; podrá visitar a todos los hombres de ciencia y captar sus pensamientos. Para un ser que durante su vida terrenal hubiere hallado sus complacencias en acciones altruistas y en el trabajo por el bienestar de otros, este será un mundo de la más vivida alegría y del más rápido progreso. Para un hombre que haya sido inteligente a la par que útil, que comprenda las condiciones de esta existencia no-física y se tome la molestia de adaptarse a ellas, se abre una espléndida perspectiva, de oportunidades tanto para adquirir nuevos conocimientos, como para efectuar útiles labores. De hecho podrá él hacer mayor bien en pocos años de tal existencia astral que el que pudo haber hecho durante su vida física por larga que hubiere sido. Por consiguiente, el mundo astral está lleno de amplias posibilidades tanto para el júbilo cuanto para el progreso
Cuando la muerte acaece por accidente, no es raro que signifique el fin determinado por los Señores del Karma para esa reencarnación pero a veces no se trata de esto, y el accidente viene a constituir una interferencia motivada por nuevas fuerzas que se produjeron en dicha vida, (la iniciativa del mismo ser que elija pagar una deuda antes del plazo, como ya se dijo) o por acciones ajenas que lo afecten directamente. En tales casos, el plan perturbado tendrá que ajustarse al principiar la nueva existencia, de tal suerte que, al final de cuentas, nada pierde el alma cuyo destino fue momentáneamente desviado por sí ó por otras. Pero en ningún caso está señalado el suicidio en la vida de nadie; es el yo interno el directamente responsable por tal acción, si bien la responsabilidad puede ser compartida por otros.
Cuando se trata de personas que mueren a causa de la vejez o de una prolongada enfermedad, es casi seguro que el ansia de deseos terrenales ya se ha debilitado algo o mucho, y probablemente ya desecharon de sí las partículas más densas, de tal suerte que el hombre podrá encontrarse, posiblemente, en la sexta o quinta de las subdivisiones del mundo astral, o tal vez en las superiores pues sus principios se fueron preparando gradualmente para la separación y la sacudida no es, por consiguiente demasiado fuerte.
Pero en caso de muerte accidental, o suicidio, ninguna de estas preparaciones ha tenido lugar y la retirada de los principios, de su sujeción física, se ha comparado con justeza al acto arrancar un hueso, o semilla, del fruto no maduro aún; gran cantidad de la clase más burda de materia astral se halla adherida aún a la personalidad, la cual, por consiguiente, se detiene en la séptima o ínfima de las subdivisiones del mundo astral.
Las víctimas de muerte repentina, cuyas vidas terrenales fueron nobles y puras no tienen afinidad por este plano, y así, el tiempo de su permanencia en él, transcurre o bien en una feliz ignorancia y completo olvido, o bien en estado de quieto sopor en un sueño pleno de ensueños color de rosa. Pero si sus vidas terrenales hubieren sido de baja brutalidad, egoístas y sensuales, serán conscientes, como los suicidas, de toda la repulsividad de esta repugnante región, y podrán adquirir la tendencia a convertirse en entidades terriblemente malas.