Ordinariamente se comete un suicidio por debilidad o por cobardía, debido a una momentánea desesperación o a una sacudida que las almas débiles no pudieron resistir, o a una súbita desgracia resultante de cualquier mala acción que se descubra y a cuyo castigo desea el suicida escapar. A veces es un acto deliberado, pero siempre precipitado, de una persona que trata de salir de un terrible aprieto y escapar de una mortal angustia.
Pues bien, no puede escapar. Cuando acaba de asesinar a su cuerpo se encuentra bien despierto en el otro lado de la muerte, exactamente el mismo hombre que fuera antes, excepto que carece del cuerpo físico; no ha cambiado más, que si simplemente se hubiese quitado su casaca. La causa que lo impulsó al suicidio fue de origen emocional o mental, según el caso; pero él no se ha despojado ni de su mente ni de sus emociones. Toda aquella parte de él que lo impulsó al suicidio, la conserva aún consigo; pues la acción no fue meramente corporal. El resultado de haber perdido su cuerpo físico es un gran aumento en su capacidad para sufrir. Se halla sujeto aún a las mismas fuerzas que lo llevaron a cometer su nefanda acción. Hay, sin embargo, una peculiaridad acerca de esto, a saber, que el suicida generalmente repite “en su imaginación”, como decimos, todo aquello que lo indujo al extremo de matar su cuerpo; repite automáticamente los sentimientos de desesperación y de temor que precedieron al autoasesinato; repasa de nuevo su acción y su lucha mortal, con espantosa persistencia.
La necedad del suicidio consiste en que el suicida erróneamente espera escapar de la vida y se encuentra vivo todavía. He aquí la futilidad de todo el asunto. El suicidio depende principalmente de la ignorancia.
Pero debe recordarse que la culpabilidad del suicidio difiere considerablemente según las circunstancias, desde el acto moralmente impecable de un Séneca o un Sócrates; o de un suicidio cometido por motivos nobles o en un arranque de amor maternal y de autosacrificio; hasta el atroz crimen del malvado que corta su propia vida a fin de escapar de los enredos en que lo complicó su villanía; y, naturalmente, la situación de éstos después de la muerte difiere en gran manera.