…La muerte no es otra cosa que nacer en otra región; es un proceso repetido de quitarse vestiduras, pues el hombre inmortal sacude de sí, una tras otra, las envolturas externas para pasar a un estado superior de conciencia.
Hay una gran cantidad de pesar por completo innecesario, de terror y de angustia que la humanidad, como un todo, ha sufrido y sufre aún, a causa de la ignorancia y de la superstición acerca de la muerte que ella considera como un salto formidable y terrible hacia un abismo desconocido.
Por principio de cuentas, la muerte no es más que desechar el cuerpo físico, la vestidura externa del Ego o sea del hombre real, el cual continúa entonces viviendo en su cuerpo astral hasta que se agote la fuerza generada durante su vida terrestre por sus emociones y pasiones. Entonces tiene lugar una segunda muerte y al separarse el cuerpo astral del hombre, se encuentra éste en su cuerpo mental, en lo que se llama él mundo celeste. Y tiene que permanecer allí hasta que se agote la fuerza de los pensamientos inegoístas que hubiere engendrado durante sus vidas física y astral. Desechando también este tercer cuerpo, el hombre permanece por algún tiempo como un Ego, en su propio mundo, en el cuerpo causal, antes de retomar la encarnación.
Y así la muerte no es otra cosa que nacer en otra región; es un proceso repetido de quitarse vestiduras, pues el hombre inmortal sacude de sí, una tras otra, las envolturas externas para pasar a un estado superior de conciencia.
Durante el lento proceso de morir, el doble etéreo llevando consigo, a Prana y a los principios superiores, va deslizándose fuera del cuerpo denso, al cual queda conectado por un hilo magnético. AI momento solemne de la muerte, aunque este sea repentina, la vida pasada desfila rápidamente en revista ante el Ego, hecho del que han dado testimonio aquellos a quienes se ha salvado de ahogarse. El Ego revive entonces toda su vida en estos pocos segundos antes de la muerte, cuando la personalidad, unificándose con el Ego omnisciente y pasando revista a la vida entera que desfila ante él en sus más mínimos detalles, con la cadena completa de causas y efectos, se contempla ya sin el engaño del “yo personal” y comprende el propósito de la vida. Por consiguiente durante el lento proceso del morir, debería observarse en la cámara del moribundo una extrema quietud y control de sí a fin de no perturbar al Ego que está absorto en la contemplación de su vida pasada; y no debería permitirse ningún llanto ni lamentación que implique la idea de una egoísta pérdida personal.
Lentamente el hombre se retira así del cuerpo físico, envuelto en el doble etéreo color gris violeta, hasta que el hilo magnético se rompe. Entonces, se sume él, en una pacífica inconciencia mientras el doble etéreo flota sobre el cuerpo, denso.
Los actos de morir, y entregarse al sueño son similares, excepto en muy pocos detalles, según ya se explicó. En ambos casos, el hombre se desliza fuera del cuerpo físico. Cuando se entrega al sueño, deja al cuerpo etéreo con la envoltura física sobre el lecho y él se separa dentro de su cuerpo astral. Aquel se conserva con vida por las corrientes de vitalidad que fluyen a través de ambos; pero, a la hora de morir, él retira también consigo el doble etéreo, y como este no es un vehículo, el hombre, preso en el etérico, generalmente permanece inconsciente, a lo menos por unos momentos, y no puede funcionar ni en el mundo físico ni en el astral.
Después de algún tiempo, el cual varía desde unos pocos momentos hasta unas cuantas horas, días y aún semanas, (pero ordinariamente en unas treinta y seis horas), los cinco principios superiores se desenlazan del doble etéreo sacudiéndolo como antes fuera sacudido el cuerpo denso, dejándolo insensible como un cadáver etérico. Prana, habiendo perdido así su vehículo, regresa al gran repositorio de vida universal, así como el agua contenida en una vasija que se arroja al mar, se mezclará con el agua del océano si la vasija se rompe. El hombre queda ahora residiendo en su cuerpo astral, listo para la vida astral.
Las agonías de la muerte y las luchas finales generalmente son tan sólo movimientos espasmódicos del cuerpo físico, después que el Ego consciente lo ha dejado. En casi todos los casos, el instante de morir es perfectamente indoloro, aún cuando haya habido largos y tremendos sufrimientos durante la enfermedad. Y esto se demuestra por la apacible expresión que tan a menudo aparece sobre la faz después de la muerte, así como por el testimonio directo de muchos de aquellos a quienes se les ha hecho esta pregunta inmediatamente después que murieron.