Joy Mills
Recientemente un amigo me pidió que le diera mi opinión sobre el trabajo actual de la Sociedad Teosófica. Era miembro de varios años, firmemente convencido del valor de la Sociedad, de su importancia como organización dedicada a la difusión de la Teosofía, pero afectado por un comentario de un prominente miembro sobre los siglos que tomaría la realización del ideal de fraternidad. En su opinión, este era un criterio derrotista; además, argumentaba ¿por qué continúa el ideal de fraternidad enfatizado en nuestro Primer Objetivo, si es un ideal virtualmente inalcanzable? Como yo había viajado tanto, ¿sentía que la fraternidad era una causa perdida, un ideal jamás realizable en el tiempo de esta vida?
Poco tiempo antes de que esta conversación tuviera lugar, otro miembro me había preguntado sobre la intención y propósito del Tercer Objetivo. En este caso, la pregunta era ¿qué había hecho la Sociedad o qué hacía para «investigar las leyes inexplicadas de la naturaleza»? ¿No era esta investigación incumbencia de la ciencia? Y, dado que la mayoría de nuestros miembros no son científicos, ¿no somos algo presuntuosos en pensar que podemos lograr ese propósito? Además, continuaba, ¿qué sucede con los «poderes» latentes en los seres humanos? ¿Hacíamos algo para «investigar” tales poderes, fueran lo que fueran?
Al examinar las preguntas de estos dos miembros sin relación entre si y en ocasiones diferentes, observé la necesidad de los miembros de estudiar el propósito y significado de los tres Objetivos de la Sociedad. El aniversario de los cien años de su adopción en su forma presente provee la oportunidad para explorar en profundidad lo que precisamente señalan los Objetivos y ver en qué medida son realizables o alcanzables. Un aspecto interesante de esta exploración sería un viaje histórico del desarrollo de estos Objetivos, notando los distintos cambios ocurridos durante los años de formación de la Sociedad desde 1875 hasta 1896. Por ejemplo, la finalidad de la Sociedad establecida en 1875 se resumía en una breve frase: «Los objetivos de la Sociedad son reunir y difundir un conocimiento de las leyes que gobiernan el universo». Sin embargo, esa frase debería leerse a la luz del preámbulo al estatuto o reglamento original adoptado en el momento de la fundación de la Sociedad; ese preámbulo empieza: «El Título de la Sociedad Teosófica explica los objetivos y deseos de sus fundadores».
Aunque no citemos completamente el documento de 1875 (preámbulo y estatutos) se notan en su lectura tres puntos esenciales que marcan un rumbo en el trabajo de la Sociedad. Primero y quizás lo más importante, es especial a la luz de numerosas afirmaciones hechas por H.P. Blavatsky y por H.S. Olcott, así como presente en Las Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnett, se enfatiza el ideal de la fraternidad desde el principio. En el preámbulo, se afirma: «Al tener las cualidades de solicitantes a miembros, la Sociedad no toma en cuenta raza, sexo, color, país o credo.»
El segundo rasgo a notar es el énfasis en ese preámbulo a la política de libertad de pensamiento. Entre otras frases, pueden citarse las siguientes: El único axioma de la Sociedad es la omnipotencia de la verdad, su único credo la para descubrirla y propagarla.
El tercer punto a destacar está contenido en la primera afirmación del preámbulo, como hemos citado antes. Es evidente que el mismísimo nombre de la Sociedad indicaba su propósito, sus fines y objetivos. Aunque no se hizo ningún intento en ese documento de 1875 para definir «Teosófica» y nunca se ha impuesto a los miembros ninguna definición oficial de Teosofía, resulta claro que existe «una cosa tal como Teosofía», para citar a la misma H.P. Blavatsky. Esta frase se encuentra en una respuesta que dio en La Clave de la Teosofía: La Sociedad, dijo «se formó para ayudar a mostrar a los hombres que existe una cosa tal como Teosofía y para ayudarles a ascender hacia ella por medio del estudio y asimilación de sus verdades eternas».
Estos tres puntos esenciales, sobre los que se insistió en el primer documento publicado por la Sociedad en su fundación en 1875, puede decirse que encontraron su expresión explícita en los Tres Objetivos, tal como fueran escritos en 1896. Por ejemplo, es obvio que el primer objetivo, la fraternidad, que en 1875 era el requisito básico para hacerse miembro, terminó siendo el primer pilar sobre el que se apoya la Sociedad. No sólo era un reconocimiento del ideal fundamental para calificar como miembro, sino la meta hacia la cual los miembros aspiran para llegar a convertirse en un núcleo de fraternidad universal. Uno se inclinaría a sugerir que la realización de tal ideal difícilmente puede ser alcanzado por la humanidad globalmente, ¡cuando los mismos miembros de la Sociedad que sostiene tal propósito tienen dificultad en formar solamente un núcleo (lo que significa sin duda un centro vivo) de genuina fraternidad!
Lo que se intenta conseguir es algo más que un sentimiento mutuo de buena voluntad, y aún así tal sentimiento es difícil de lograr en las relaciones diarias con todo tipo de personas cuyo comportamiento, opiniones y apariencias parecen demasiado a menudo contradecir las nuestras. Podríamos preguntarnos ¿cuánto hemos avanzado en pos del ideal? ¿En qué medida nos hemos comprometido en formar un verdadero núcleo de fraternidad? ¿Son nuestras Ramas, grupos y centros, un ejemplo de lo que debería ser tal núcleo? No existe mejor lugar para examinar nuestro Primer Objetivo que la Rama local a la que pertenecemos, ¡cuán a menudo nuestras Ramas han temblado y hasta caído ante obstáculos creados por malentendidos entre miembros, por puntos de vista intolerantes y afirmaciones dogmáticas pronunciadas en el nombre mismo de la fraternidad! Si nuestros grupos teosóficos no pueden ser talleres de trabajo en los cuales desarrollemos habilidades de fraternidad (porque el ideal es una aptitud y un arte), entonces ¿podremos desarrollar la habilidad de una armoniosa relación en el ambiente diario? ¿Acaso el Primer Objetivo no nos lleva a examinar nuestra propia conducta, nuestras propias reacciones, relaciones con los demás y con todas las formas de vida y ver si nos hemos acercado más a la realización de la verdadera naturaleza de la fraternidad basada en un conocimiento absoluto de la naturaleza unitaria de toda la existencia?
La libertad de investigación, el segundo principio enunciado en la fundación de la Sociedad, está englobado en el Segundo Objetivo, y nos anima a ampliar nuestros horizontes, a ensanchar nuestras simpatías, profundizar en nuestra apreciación por los senderos de los demás, estudiando todos los campos del esfuerzo humano representados por las tres grandes categorías de religión, filosofía y ciencia. Este estudio, emprendido no para ser «enciclopedias andantes» o en eruditos gigantescos, sino más bien para poder profundizar en nuestra comprensión de los numerosos caminos que conducen al conocimiento de la Realidad Una, requiere una genuina libertad de pensamiento. El estudio debe carecer de ideas preconcebidas, prejuicios o tendencias, sin creencias en la superioridad de un camino sobre otro; será así si se quiere respetar el primer principio de la fraternidad. Y no puede haber otra razón para este estudio, porque ese ideal es indudablemente el principio que está sobre todos y por el cual la Sociedad fue fundada.
Si, entonces, el principio fundamental de la fraternidad, tan frecuentemente reiterado por los fundadores, H.P. Blavatsky y H.S. Olcott, y por sus Maestros los Mahatmas, queda definido en el Primer Objetivo y si el principio de la libertad de investigación está implícito en el Segundo Objetivo, ¿qué relación existe entre el nombre de la Sociedad y el Tercer Objetivo? Porque, como se ha sugerido antes, la frase inicial del preámbulo de las Reglas de 1875 indicaba que la designación de la Sociedad como «Teosófica» señalaba su propósito, su finalidad y sus objetivos. Por consiguiente, podemos muy bien preguntar dónde está la relación entre el Tercer Objetivo, que parece enlazar dos temas dispares («leyes inexplicadas de la naturaleza» y «poderes humanos latentes») y el término «Teosófico», un término que en su mayor parte ha quedado oficialmente indefinido. Responder esa pregunta requiere un examen minucioso de todo lo que está implícito en el Tercer Objetivo a la luz, primero, del ideal de la fraternidad y, segundo, del nombre de la Sociedad. Como ya dijimos, no existe una definición oficial de la Teosofía, ninguna definición se les ha impuesto nunca a los miembros de la Sociedad, ninguna a la cual tengan que rendir ninguna fidelidad. ¿Cuántas veces se ha dicho que nuestro único lazo de unión es nuestra búsqueda de la verdad, nuestro único objetivo la realización de la fraternidad, nuestro propósito esencial despertar en nosotros y en los demás la percepción intuitiva de la unidad de toda existencia? ¿Será que mediante esa búsqueda de esas «leyes inexplicadas» inherentes a nosotros mismos y al universo (puesto que todo está en el macrocosmos y correspondientemente en el microcosmos), despertamos inevitablemente nuestros propios poderes latentes, poderes que son un reflejo directo de las potencias creadoras por las cuales el universo manifestado (y todo cuanto hay en él) es traído a la existencia? ¿Podría ser que las mismas leyes por las que todo este vasto sistema empieza a existir son «inexplicadas» hasta que las hayamos revelado en nuestras vidas, porque somos verdaderos co-creadores con el Uno (pues nada existe fuera de ese Unidad Última), co-partícipes en los procesos creativos por los que el Uno se revela a Sí mismo en los muchos? ¿Podría ser que en esto se encuentre la cúspide de nuestro potencial humano? ¿Será que todos los poderes dentro de nosotros sólo son reflejo del poder universal uno en sus múltiples permutaciones y manifestaciones a través de todos los dominios de la existencia y todos los reinos de la naturaleza?
En cierta ocasión, la Sra. Radha Burnier contestó a una pregunta referente al Tercer Objetivo (libro Regeneración Humana):
Este objetivo implica el estudio no sólo de la Naturaleza en su manifestación externa sino de la relación con todas las cosas, porque toda ley es una afirmación de relaciones. El conocimiento de las leyes es el poder de acelerar el progreso… la comprensión de nosotros mismos está conectada con la comprensión de las leyes, y de las fuerzas que funcionan detrás de ellas.
La última ley, podríamos sugerir, es la ley de la correcta relación, que prevalece en todo el universo, mantiene el orden y revela principio y propósito. No hay palabra mejor para describir la belleza y poder de esa relación mejor que la de la fraternidad, la expresión en el reino humano de ese amor que un poeta describió como «la unidad ardiente que une todas las cosas».
Y ¿de qué otra manera podremos conocer esa ley y todas esas «leyes inexplicadas» que evolucionan de ella, si no despertando en nosotros mismo esos potenciales ocultos de nuestra naturaleza que conducen a una completa y plena realización de nuestra unidad? El neoplatónico Jámblico, dijo
Existe una facultad en la mente humana, superior a todo nacido o concebido. Por ella logramos la unión con las inteligencias superiores, somos transportados más allá de las escenas y aspectos de este mundo, y compartimos la vida superior y los poderes peculiares de los Seres celestiales. Por medio de esta facultad, somos libres del dominio del Destino y nos convertimos, por así decirlo, en los árbitros de nuestros propios destinos.
En la primera carta de su Adepto, se recomendó, al Sr. A.P. Sinnett considerar las «preguntas más profundas y misteriosas que la mente humana pueda educir – los poderes deíficos en el hombre y las posibilidades contenidas en la naturaleza». Cómo esos «poderes deíficos» se mueven en nosotros según despertamos a la maravilla, gloria y misterio de nuestra humanidad, con todas sus responsabilidades, su enorme potencial para hacer el bien; reconocemos que los Objetivos de esta Sociedad Teosófica están todos interrelacionados e interconectados en dirección al único propósito de producir la transformación de nosotros mismos y con ello, del mundo. Los Objetivos señalan la dirección de ser hermanos, conociendo nuestra fraternidad no sólo como una teoría, sino como una realidad, actuando cada momento en armonía con nosotros mismos, con los demás y con toda la vida que nos rodea. Sí, un ideal a realizar quizás no en lo que dura una vida ni en siglos venideros, pero en verdad un ideal por el cual jamás se perderá ningún esfuerzo, ningún fracaso en el intento será definitivo, ninguna acción hacia él y su logro será nunca demasiado pequeña o insignificante.
Se nos han puesto unos magníficos objetivos ante nosotros. El propósito de los Objetivos es claro: recordarnos constantemente el por qué estamos aquí, no sólo como miembros de esta Sociedad, sino como hombres y mujeres caminando por los senderos de la humanidad hacia los dioses.